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¿Cómo saber si tengo trauma infantil? Estas 5 cosas lo delatan

¿Cómo saber si tengo trauma infantil? Estas son 5 señales que podrían parecer normales pero lo delatan. Tomen nota.

julio 14, 2025

Si se han preguntado si tengo trauma infantil… Aquí les vamos a dar las señales que delatan que tienen. ¡Tomen nota, cuentahabientes!

¿Creías que tu infancia se había quedado atrás como los tazos y los Tamagotchis? Pues…no. Resulta que lo que no se resolvió con abrazos, presencia y cuidado, reaparece ahora. En tu vida adulta. En tu cuerpo. En tus relaciones. En tus snacks a las 3am.

No es brujería ni psicoanálisis de TikTok. Es simple lógica emocional: lo que no se expresa, se imprime. Y no lo decimos para que corran a encerrarse en un retiro de 4 días en Costa Rica (aunque tampoco estaría mal). Lo decimos porque, cuando podemos identificar lo que nos duele, podemos dejar de actuar en automático.

Así que acá les van 5 cosas que probablemente les respondan a la duda sobre si tengo trauma infantil, aunque lo disimulen con memes, sarcasmo y frases como “yo estoy bien, solo cansado”.

¿Cómo saber si tengo trauma infantil?

Usar la comida como consuelo emocional

¿Tuvieron un mal día y de pronto su cuerpo les está pidiendo papitas, galletas, algo frito, algo cremoso, TODO? Ajá. No es hambre. Es un niño interior diciendo “¿hola? ¿alguien me abraza?”. 

Cuando crecimos con padres ausentes o emocionalmente analógicos, a veces lo único que calmaba era lo que venía del refri. Así que de adultos seguimos repitiendo ese patrón: buscamos en la comida lo que no llegó en forma de cuidado. ¿Es grave? No necesariamente. ¿Es útil saberlo? Muchísimo. Así, al menos, un día pueden intentar comer porque tienen hambre, no porque están emocionalmente complicados. 

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Morderse las uñas o comerse el pelo 

Sí, estos tics nerviosos no llegaron solos. No son “una maña que tengo desde chico”. Son el reflejo físico de estrés acumulado desde la infancia. Niños con ambientes críticos, adultos ausentes o emociones sin espacio, aprenden a autorregularse de la única forma que pueden: con el cuerpo. Literal.

Si no había espacio para decir “tengo miedo”, el cuerpo buscaba una vía alternativa: morder, jalar, arrancar, frotar, rascar. De adultos lo seguimos haciendo porque el cuerpo es sabio… y necio. Y hasta que no lo escuchemos, va a seguir mandando señales.

“Aislamiento emocional” cuando sienten tristeza

¿Se han cachado en momentos de bajón emocional donde no lloran, no sienten, no hablan, solo… existen? Eso se llama disociación emocional y, aunque suene sofisticado, es más común de lo que quisiéramos. 

Suele pasarle a quienes, de niños, aprendieron que mostrar tristeza era peligroso: se castigaba, se ignoraba o directamente se ridiculizaba. Así que el cerebro dijo: “¿Sabes qué? Mejor ni sientas.” Y uno se vuelve experto en congelarse. 

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Tener una vida sexual intensa pero desconectada (o de plano adicción al sexo)

Aquí no hay juicio, solo análisis. Cuando un niño aprendió que el contacto físico solo venía con condiciones —ya sea en forma de abuso, límites cruzados o castigos— puede crecer con una asociación torcida entre “me tocan” y “me quieren”.

De adultos, eso puede traducirse en buscar validación a través del sexo. Aunque duela. Aunque deje más vacío. Aunque no sepamos ni cómo se llaman después de irse. No es placer. Es hambre de conexión. Y la buena noticia es que eso también se puede reescribir.

Necesitar ruido de fondo TODO el tiempo

Netflix prendido mientras cocinan, YouTube para lavar los trastes, podcast para dormir. El silencio es su peor enemigo. Y no, no es que amen la multitarea. Es que de niños, el silencio no era paz: era la antesala del caos.

En casas impredecibles, donde todo podía explotar sin previo aviso, el silencio no era descanso, era alarma. Y por eso hoy necesitan llenar el aire de voces, música, cualquier cosa que evite ese eco interno que grita “aguas, algo va a pasar”.

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Y ahora… ¿qué?

No se trata de buscar culpables ni de cargar con una caja de traumas como si fueran medallas emocionales. Se trata de vernos con más honestidad. Y también con más compasión; ese adulto que repite cosas raras, que reacciona de más, que come por ansiedad o necesita tener la tele prendida para existir… es también el niño que hizo lo que pudo con lo que tuvo.

Y ahora que lo vemos, podemos hacer algo distinto.

Aunque sea apagar el ruido cinco minutos. Aunque sea darnos cuenta de que no necesitamos otra galleta, sino un abrazo (real o metafórico). Aunque sea decirnos: “esto no soy yo, es mi historia, y la puedo editar.” Porque sí, nuestros traumas nos atraviesan… Pero no nos definen.

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