2024-09-23 11:31:19

Que no, que no y ¡Que no!

Sin pena y sin miedo, aprendan a ejercer su poder y si es necesario digan NO.

agosto 31, 2018

Cuántas veces les han dicho: “Es que tienes que aprender a decir que no”, a lo que normalmente –todos los que padecemos de este síndrome– contestamos, “Ya séee, pero es que…” y procedemos a dar una lista de buenas razones por las cuales está difícil, está difícil, jajaja, desde “¿Cómo crees? Me sentiría como una perra” o “Es que me da remordimiento” o “Digo, no me quita nada” o la de “Es que si no me ofrezco yo, no se ofrece nadie, ¿eh?” y así sucesivamente. Los que no sabemos decir que “no” de corazón –porque según yo es un tema de corazón o nobleza– tenemos mil y un razones por las cuales nos es casi imposible negarnos.

Al primo que nos pide asilo dos meses para luego quedarse dos años; al amigo en pena que necesita una lana y que nos jura que nos paga la siguiente quincena (lo cual normalmente no sucede); a tu hermana que se está mudando y que te pide que le ayudes justo el día que tenías planeado, desde hace meses, tu día de spa; a tu mamá que, aunque tiene cinco hijos, al único al que le pide toda clase de favores es a ti… A tu jefe, a los hijos, en la chamba, con tus amigos.

Esta enfermedad compulsiva de decir que “sí” a todos y a todo no respeta edad, sexo ni cansancio, es pareja. Porque eso sí les digo, al primer intento que hagas de decirle que no a alguien a quien siempre le dices que sí… Dios te agarre confesado, porque va a arder Troya.
Algún día leí una frase que decía “Estrés es cuando tu boca dice ‘SÍ’ y tu cuerpo dice ‘por favor, NO’”. Exacto. Nos llenamos de actividades y nos metemos en situaciones que nos agotan el cuerpo, y sobre todo, el alma. ¿Lo peor? ¡Hasta terminas quedando mal! ¿Pooor? 12 #túdimua Es un fenómeno rarísimo.

Cuando no aprendemos a decir que no, cuando no sabemos poner límites, el que acaba quedando fatal, a pesar de los cientos de años que llevamos siendo esclavos de todos, es uno. Sí, señores, hemos creado un hábito en los demás; uno que no están dispuestos a soltar sin darnos batalla. A veces, podemos acabar en pleito con el amigo que nos pidió lana y prometió pagar- nos la siguiente quincena. El día que te atreves a decirle (con la voz casi quebrada), “Oye, manito, ¿qué onda con mi lana?”, te va a ver con cara de, “qué mala onda que me estés cobrando”.Ya se saben esa historia porque seguro les ha pasado. O cuando juntas a tus herma- nos para decirles que a partir de hoy no te vas a seguir haciendo cargo de tus papás solo y que todos tienen que entrarle al quite, ¡uuuyyy!, agárrense, porque lo van a van a pelear como gatas en celo.

Cuando no pones límites sanos, hay de tres: o quedas fatal por mezquino (jajaja, ¡qué joya de palabra!) o estás tirado en una cama, agotado por haberte llenado de cosas que no quieres hacer, o andas furibundo mentando madres por la vida, irritado y contrariado por tu falta de pantalones para decir que NO.

Por eso había que dedicarle una moi al tema, para entender de dónde viene nuestra compulsión a querer quedar bien con todos, aun a costa de nuestra salud. Ah, ¡cómo nos reímos Diego Luna y yo sobre los NO que no supo decir y le salieron carísimos! Disfruten y hagamos una promesa grupal, la próxima vez que estemos a punto de decir “ay, sí, yo voy, yo te ayudo, yo lo hago”, antes de contestar, chequemos con nuestro cuerpo y espíritu ¡para no estar mentando madres después!

agosto 31, 2018