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Martha escribe sobre Eugenia

En carnales y sisternas de moi octubre, Martha dedica su carta editorial a lo que pasó con su hermana Eugenia.

octubre 13, 2016

Eran la 4:45 p.m. de un martes que suponía ser cualquiera, pero yo estaba camino al hospital a 100 kilómetros por hora para ver a mi hermana Eugenia que estaba grave. No hice más de 10 minutos y en 10 minutos revisité, repasé, recordé, y perdoné todas y cada una de las historias que he vivido con mi hermana, la más chiquita de todos, mi casi gemela, mi compañera de vida, de juego y de chamba, de penas y alegrías, de viajes, de compras. Mi consejera, mi casi extensión.

En 10 minutos me acordé de cómo jugábamos a la casita, nuestro cuarto de solteras, su cara, sus carcajadas, sus cicatrices en las rodillas porque le traumaba ser blanca entonces iba al kínder de vestido largo, hasta que un día se tropezó y se abrió la rodilla. Me acordé de sus visitas a mi casa los domingos, de verla azotada en la oficina escribiendo algún artículo para The Beauty Effect. Su sarcasmo, su belleza, y la ternura que siempre he sentido por ella.

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También pensé en cómo sería la vida sin Eugenia, qué iba a ser de mi mamá sin su bebé, de mi papá. ¿Qué iba a ser de su esposo, de la oficina, de The Beauty Effect, de mis hermanos, de la familia? Qué iban a hacer mis hijas, sus sobrinas favoritas, sin la tía estelar. Sus amigos, los Beauty Fans, todos los que la conocieron y la amaban. Y qué iba a hacer yo. Qué iba a hacer yo sin su presencia en todo y para todo. Es mi hermana.

Solo los que han perdido o han estado a punto de perder a un hermano sabrán de lo que estoy hablando. La conexión es rarísima. Nosotros somos cinco hermanos; con uno me agarraba a trancazos por el control de la tele y él me amedrentaba jugando con los chacos encima de mí. Otro dejaba su coche estorbando el mío solo por joder así que yo le corté sus pantalones de lino nuevos pa’ que se le quitara.

Entre las mujeres había más paz, mi hermana mayor era toda armonía, pero no dejaba que ni Eugenia ni yo entráramos a su cuarto y tocáramos la colección de discos de The Beatles; nos caía en las patas, y camino al colegio en Nueva York me iba regañoteando por hacerme pipí en la cama, por no bañarme en la mañana (hasta la fecha siento remordimiento por ese maltrato jajaja). A Eugenia yo le robaba a sus amigas y la dejaba jugar a la casita con las mías siempre y cuando aceptara ser el perro de la casa, en cuatro, ladrando y todo. Qué horror.

Hoy Eugenia me martiriza porque yo soy muégano y a ella le gusta su espacio (pesadísima).

Los alucinamos y sacan lo peor de uno pero simultáneamente, el amor y el vínculo es indescriptible. El pegamento que nos une jamás se diluye, estén o no estén, los veas o no, se lleven o no. Por eso este verano para mí y para todos los que amamos a Eugenia, propios y cercanos, fue el verano del infierno. Porque la vimos cerca, porque nos forzó a replantearnos la vida entera, porque nos empujó a imaginarnos cosas que uno nunca quiere pensar.

¿La ganancia? Que Eugenia está aquí y está bien. Y así queda este verano como uno pésimo; uno que ya pasó y que nos marcó a todos.

Que esta moi sirva de inspiración para apreciar a nuestros hermanos, presentes o no, alucinantes o no, por todo lo que son y por todo lo que no son y nunca van a ser. El gran regalo de esta historia es que nos hizo darnos cuenta que lo realmente importante en la vida, es la vida.

VIDEO: Así hicimos la portada de revista moi en octubre

octubre 13, 2016