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Cómo vivir cuando pierdes

Les vamos a decir cómo aprende a lidiar con las pérdidas, porque ninguna es demasiado pequeña como para no merecer un duelo.

octubre 4, 2018

Gaby Pérez Islas
Tanatóloga, logoterapeuta, y autora de los libros
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¿Qué es una pérdida? Cualquier cosa que tenías y luego ya no, y no tenerla te duele. Estas no son las únicas ni las más importantes, pero sí las más comunes.
Muerte de un ser querido
Divorcio o final de una relación
Mudanza
Una graduación
Problemas legales
Muerte o desaparición de una mascota
Haber sufrido un ataque (violación, asalto)
Cuando tus hijos se van de casa
El retiro
Una enfermedad
Cambios financieros

¿Qué es el duelo?

El duelo es la reacción emocional a una pérdida, y el luto es el proceso que debemos pasar para ajustarnos al mundo después de sufrirla. Debe ser un proceso interno y personal, que comúnmente es contradictorio, caótico e impredecible.

¿Cuánto dura un duelo “normal”?

No hay recetas de cocina, pero sí podemos hablar de tiempos, siempre aproximados, que se consideran dentro de los parámetros normales. Un año, o dos en los casos más complejos, es un lapso razonable en el que se elabora y se solucionan los sentimientos que se generan con la ausencia. Si no se nota avance alguno después del año, podríamos estar frente a un duelo patológico o atorado.

Etapas del duelo

Elisabeth Kübler-Ross, psiquiatra y tanatóloga, creó un modelo de etapas de duelo para enfermos terminales que, con el tiempo, se ha ido aplicando a personas que están viviendo una pérdida de cualquier tipo. Años después de su creación, estas etapas siguen siendo absolutamente vigentes y, aunque en fechas recientes se ha querido considerar la ansiedad como una de estas, técnicamente es una constante a lo largo de todo el proceso. Y representa el miedo al futuro, en especial, a uno sin eso que hemos perdido

El duelo no llega en bola

Es importante saber que estas etapas no se siguen necesariamente en un orden lineal; a todas, menos a la aceptación, se regresa una y otra vez, hasta que las preguntas cesan y se da paso a una sensación de paz en el corazón.

Primera etapa: negación
Es el estado de shock inicial en el que, literalmente, no aceptamos la pérdida. Se activa como un mecanismo de defensa en el cerebro para protegernos del impacto de la noticia. Para evitar sentir dolor, mejor nos negamos a sentir. Al principio es nuestro mejor aliado porque nos protege de colapsar y de abrumarnos con tanto dolor, pero si no se transita se vuelve nuestro peor enemigo, porque la negación evita que avancemos a la siguiente fase.
La frase que te ronda es: “esto realmente no está pasando”

Segunda etapa: rabia
Un enojo tremendo porque nos han arrebatado, el objeto de nuestro afecto. Ese enojo se proyecta hacia varios puntos: los médicos, a quien murió, el ser superior en el que creemos y también hacia nosotros mismos. Esta etapa es a la que más regresamos, como si fuera un pulpo con ocho tentáculos que nos quiere atrapar y no nos deja salir. Es súper importante que sientas este enojo y lo dejes salir, de otra forma no se pasa.
La pregunta que se repite es: “¿por qué yo?”

Tercera etapa: negociación
Entramos en un proceso de regateo con la vida, vuelves al punto antes de la muerte (si es que fue anunciada) en que ofreces algo a cambio por la vida del otro. Una vez que muere, empiezas a prometer ser mejor a cambio de que esto no haya pasado en realidad, o que, por lo menos ya no le pase a nadie más. Empiezas con “si yo hubiera…” y entra una búsqueda de respuestas.
La pregunta aquí es: “¿cambiamos?”

Cuarta etapa: depresión reactiva
Una vez que pasamos las etapas anteriores, llega la reacción más fuerte: la depresión. Ahora sí estamos conscientes de que perdimos, en el sentido más amplio del término, y nos sentimos extraviados sin el ser amado. No concebimos la vida sin él/ella, sentimos que ya nada tiene sentido. No es una depresión química ni crónica (aunque se puede volver si no se atiende), pues no necesitamos antidepresivos, sino herramientas para salir adelante.
Lo que nos repetimos aquí es: “ya para qué”.

Quinta etapa: aceptación
Aquí es cuando decides seguir adelante: no es que te guste lo que pasó ni que estés de acuerdo con ello, simplemente dejas de resistirte a la experiencia y decides capitalizar lo vivido a tu favor. Esta es tu nueva realidad y ya la aceptaste. Aunque algunos días te abrume la culpa de estar vivo y ser feliz, no dura. No se te olvida ni deja de doler, pero duele distinto: como si fuera una cicatriz, marca tu cuerpo y deja un pedazo de piel más sensible.
Aquí ya no nos preguntamos nada, simplemente decimos: “sea”
Cada uno con su duelo
No existen duelos de microondas ni filas VIP: hay que pasar a través del dolor y no evadirlo, porque en cualquier momento nos sale al encuentro.
Lo que sí puedes hacer para que esto pase de la mejor manera y facilites la transición de una etapa a otra es no victimizarte y no engolosinarte con el dolor ni con estar mal.
A veces uno se hace adicto a las ganancias secundarias del sufrimiento, como la atención de los demás.

¡PARA DE SUFRIR!

Aunque no existen vacunas contra el dolor, sí hay cosas que te pueden ayudar a hacer el tema más llevadero. La idea es no estarte arrancando esa costra emocional que, si no le das buenos cuidados, se te infecta y te consume.
Ponte metas a corto plazo, pequeños logros que te hagan sentir que tienes el control de tu vida, como dormir 8 horas o no comer azúcar refinada durante el duelo (pues alimenta la tristeza).
Sal de tu casa, organiza actividades, no te quedes en la cama. Un duelo es como atravesar un desierto, pero no tienes que hacerlo solo. Busca a alguien que te deje expresar lo que sientes, que no te diga cómo te debes sentir y que no se asuste con tu tristeza. Es importante que sea alguien a quien no le incomoden tus lágrimas.

Lleva un diario de tus pensamientos. Escribir siempre se convierte en terapia narrativa. Algún día lo volverás a leer y verás cómo has avanzado.

octubre 4, 2018